lunes, 7 de septiembre de 2009

Mucho ruido...pocas nueces.

La crónica de un día de sensaciones encontradas, desde el fervor, la pasión y la emocion de la previa; hasta la bronca, la impotencia y la amargura del final.

Rosario vivió una semana histórica. Los ojos del mundo se posaron sobre la segunda ciudad más importante de la Argentina, que fue la anfitriona del partido más destacado del fútbol.

Largas colas para conseguir una entrada, ocupación total de las plazas hoteleras y gastronómicas, y gran expectativa de la prensa mundial entorno al partido. Desde la mañana del sábado, un mega operativo policial se desplegó por cada rincón de la ciudad.

“La última vez que vi algo así fue en el mundial 78” decían los que ya peinan canas. Banderas, gorritos, arlequines, trompetas, camisetas y todo tipo de cotillón celeste y blanco cubrieron las calles durante toda la tarde.

Eran las 8 y media de la noche, y cuando todavía faltaba una hora para el partido en el Gigante de Arroyito no quedaba ni un solo lugar vacío. Las imponentes tribunas de cemento del estadio se movían de un lado a otro, y temblaban al grito de “Argentina, Argentina”.

La gente era puro optimismo. Más de cuarenta mil personas se desgargantaban para cumplir con el pedido del DT de la Selección Argentina de hacerle sentir a los brasileros la presión de las tribunas.

“El que no salta es un ingles… Olé olé olé, Diego, Diego… Brasilero, brasilero, que amargado se te ve, Maradona es más grande, es más grande que Pelé… Volveremos, volveremos, volveremos otra vez, volveremo´ a ser campeones, como en el 86”.

Los equipos pisaron el campo de juego y el Gigante a esa altura ya era un hervidero, una hoya a presión, que explotó cuando sonó el Himno Nacional Argentino, y Diego levantó los brazos emocionado.

Sólo Maradona podía generar la pasión por la celeste y blanca que se respiró el sábado a la noche, una pasión por la Selección que hacía mucho tiempo no se vivía.

El pitazo inicial marcó el final de una larga espera para muchos que desde las 5 de la tarde estábamos en la cancha esperando por el partido más importante del año. Los primeros minutos fueron de un griterío ensordecedor porque Argentina salió a jugar con mucha actitud.

Pero bastaron sólo 30 minutos para que el orden y la contundencia brasilera callaran a las miles de almas ilusionadas con una victoria del equipo de Diego. Mucho ruido…pocas nueces.

Ya con el 2 a 0 abajo nos acordamos de que esta Selección esta lejos de ser un equipo, que encima ni las grandes individualidades aparecen, y que este Brasil es ampliamente superior. El viejo pero siempre verdadero refrán dice: “en la cancha se ven los pingos”. Y quedó demostrado que no importa en qué cancha juguemos… porque este equipo es incapaz de contagiarse de la garra y la pasión de la gente.

Por supuesto ninguna de nuestras “estrellas” hablaron con la prensa. Ni Messi, ni Verón, ni Mascherano dieron explicaciones de por qué volvieron a fallarle a la gente que se bancó días de cola por una entrada. El único que puso la cara, como siempre, fue Maradona.

A Diego se le pueden criticar muchas cosas como DT, pero nadie puede negar que da la vida por la camiseta Argentina, y es una lástima que los buitres de siempre estén esperando por su cabeza para hacer leña del árbol caído. Otras son las cabezas que deberían rodar (de esos que se creen intocables en el equipo) antes que la de Maradona.

Un mensaje final para todos aquellos que están esperando ver a Diego mordiendo el polvo: no se confíen… no sea cosa que dentro de nueve meses se tengan que morder la lengua.